Ver los cambios como auténticas oportunidades

Hace unos años nos surgió la oportunidad de trasladarnos a vivir a Alemania y aceptamos sin dudarlo. No sólo por la proyección profesional que suponía para mi marido, sino por la experiencia que podía aportarnos a todos nosotros. Teníamos entonces dos niños pequeños de 4 años y 10 meses y sólo de pensar que iba a poder disfrutar de ellos todo el tiempo me animó a solicitar una excedencia en mi trabajo, una gestora de fondos de inversión.

Yo no sabía alemán así que mi llegada allí fue todo un reto ya que estábamos en una zona de pueblecitos de Baviera, muy tradicional, donde apenas se hablaba otro idioma ni se podía contar con ayuda externa. Los niños salían del cole a las 12 de la mañana, y ya no volvían, así que el tiempo que podía dedicarme a mí era más bien limitado. Tenía que exprimir esas horas y eso es lo que hice: asistiendo a cursos y clases de alemán para poder integrarme y tener vida social tan necesaria para toda adaptación. No fue fácil pero, el no perderme nada de mis niños a esas edades tan bonitas y especiales, lo compensaba todo. Se sumaba lo orgullosa que me sentía de mis progresos y de mi capacidad de adaptación.

Cuando ya llevábamos 3 años viviendo allí nació nuestro pequeño. Como madre fue una sensación maravillosa, cuando al cumplir 4 meses el bebé no tuve que volver a trabajar y separarme de él. No obstante, yo no estaba dispuesta a quedarme en casa y dejar mis clases, a interrumpir mis progresos: quería seguir aprendiendo. Así que solicité poder llevarme al pequeño a esos cursos y a pesar de ser la única, me lo concedieron. Asistía a ellos con el bebéprácticamente en brazos, ya que era muy llorón y yo no quería molestar al resto de alumnos, pero nada me frenó. Esa fue mi fórmula para conciliar mi familia y mis inquietudes, con mucha dedicación, ilusión, mucho esfuerzo y ganas de seguir adaptándome y aprendiendo sumado a esa gustosa sensación de ser consciente de que en esos momentos no le puedes pedir más a la vida.

A los 6 años de estar allí mi excedencia llegaba a su fin y me encontré con un imprevisto: nadie de mi familia quería volver a España. Los niños tenían allí su vida y sus amigos. A nivel profesional, con la vuelta salíamos perdiendo en todos los sentidos. Remar en una dirección cuando el resto de tu familia rema en la otra no es tarea fácil pero yo tenía muy claro que no quería seguir separada de mi familia y mis amigas. Me abrumaba la idea de estar perdiéndonos cosas que ya no iban a volver. Además necesitaba volver a ser la mujer que era para seguir desarrollándome profesionalmente en lo que a mí me gusta de verdad que es el sector financiero y bursátil, así que quedarnos no era una opción para mí.

A mi vuelta al trabajo  me trasladaron a otra área que no tenía nada que ver con mi puesto anterior y en la que todas las mujeres eran bastante más jóvenes que yo, unos 10 años menos  y  lejos de asustarme este cambio tras más de 6 años sin trabajar y desactualizada en distintos aspectos, reciclarme supuso todo un aprendizaje y una superación, ponerme a prueba y comprobar de lo que era capaz, me animó muchísimo a seguir adelante y a día de hoy estoy encantada con el cambio, disfruto de una mínima reducción de jornada porque si algo tengo claro es que quiero seguir conciliando mi dedicación a los niños y al trabajo el mayor tiempo posible.

A veces nos sentimos culpables como madres de desatender a nuestros hijos por nuestros trabajos y de estar demasiado tiempo separadas de ellos. Eso me pasaba a mí antes de vivir esta experiencia. Pero, en ese tiempo aprendí, que no es tan importante la cantidad de horas que pasas con ellos como la calidad. Al no poder reducir esa cantidad puse mi corazón y mi empeño en que esas horas fueran de calidad porque no quería sentirme irritada ni sobrepasada ya que eso se transmite. Todo por ellos siempre, pero sin sentirnos culpables si nuestro desarrollo profesional nos aleja unas horas. Y volcándonos en que el tiempo que pasemos con ellos sea de plenitud, de paciencia y de amor, seguro que de esta manera conseguimos compensar esas ausencias.

He aprendido que en la vida los cambios no nos tienen que asustar sino que los tenemos que ver como auténticas oportunidades de tener nuevas vivencias que en otro caso no llegarían. Nos tienen que servir para superarnos, para adaptarnos sin miedo al nuevo entorno y a las nuevas circunstancias, los cambios son precisamente lo que nos pone a prueba y nos activa esas capacidades y esos recursos que muchas veces tenemos olvidados, qué gusto da descubrir que tenías todo eso ahí dormido y un buen zarandeo hace que espabiles y te superes y le saques todo el partido que te ofrece y sigas siempre adelante desarrollándote como la mujer y la madre que eres. ¡Qué orgullosa te sientes!

 Los cambios en la vida nos van modelando y haciendo las personas que somos, en nuestras manos está que nos hagan mejores personas. En mi caso, mi cambio a ser madre al 100% me llenó de momentos felices con mi familia que nunca olvidaré, volvería a hacerlo una y mil veces y mi vuelta al mundo profesional me ha recordado la mujer luchadora, inquieta y motivada que llevo dentro.

 ¡Acoge con valentía y disfruta los cambios que te ofrece la vida, bien aprovechados son un tesoro!

Besos,

Carmen